MEX, 2010...
De nuevo, en compañía de algunas sustancias legales y poco comunes, me adentro en esta cuestión que hace años surgió de un comentario realizado a una persona que admiré. En plena discusión acerca de los matices entre el bien y el mal, lo moral y lo inmoral, los deseos reprimidos y los deseos experimentados, surgió de pronto de mis labios esta pequeña afirmación y de la cual no me arrepiento y mantengo con fundamentos poco apreciados, lo cual comprendo de sobremanera, ya que a mi parecer los sentimientos poseen la misma fuerza motora aun que distinta orientación. En un espasmo de asco hacia la sociedad moralista hipócrita y sus allegados dije: La perversidad es la más grande de todas las virtudes… lo se lo sé, no es una frase célebre ni digna de recordarse, pero si se analiza un poco más a fondo, quizás podamos encontrar una buena razón, si es que la razón cabe en esta temática.
La perversidad supera cualquier sentimiento existente, ya que a diferencia del odio, el odio suele entorpecer y nublar la mente de las personas, lo miso hace el amor, pero como dije antes, en sentidos contrarios. La mente de alguien perverso se concentra en su propio placer y por lo tanto, despeja su mente y realiza lo deseado, obteniendo a su vez fuerza, vigor y valor para corromper las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas.
Quizás en definición de diccionario encontramos que el perverso causa daño intencionalmente y es sumamente malo, pero, ¿Quién puede definir lo que es malo de una manera universal? Creo que al responder esta pregunta caeremos en un estigma social y una contradicción infinita. Más sin embargo no puedo si no defender mi observación…
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